Has venido, Gbeñon(1), con el
harmattam, ese viento destemplado
del desierto, y has traído los triciclos
que te encargué para las niñas
minusválidas. Has cruzado con él la
sabana y has llegado en el momento
oportuno porque Bona y Amusatu te
esperaban con impaciencia.
No tenías por qué molestarte,
los podías haber enviado por un
camión del algodón, pero quisiste
acompañarlos, conocer a las
personas que los iban a utilizar y
enseñarles los primeros pasos.
¿Son los primeros que fabricas? Yo
conocí a tu padre que te enseñó
el oficio de curvar cuidadosamente
los tubos, acoplar las ruedas de
bicicleta y adaptar los pedales para
los brazos. Tu padre ha muerto y
ahora fabricas tú estos triciclos para
minusválidos recuperando ruedas,
cadenas y tubos.
No sabías que la misión estaba
tan lejos y que los caminos eran
tan desastrosos. Estabas muerto
de cansancio cuando llegaste
delante de la misión a las tres de
la mañana. No quisiste molestar
y esperaste con tus triciclos hasta
el amanecer a que se abriese la
puerta. |
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Pero, hombre de Dios, podías haber
avisado, Bona y Amusatu hubieran
hecho lo imposible por esperarte,
acogerte y recibirte como a un
padre, un salvador; yo también,
desde luego.
Les ayudaste a subir a esos caballos
metálicos, así se traduce en bariba
la palabra bicicleta, y les diste las
primeras instrucciones: cómo se
ponen las manos, cómo hacer
funcionar el sistema, cómo se frena
o se conduce, el timbre, los faros… y
te marchaste.
Fue una lástima que tuvieses que
volver tan pronto a tu trabajo porque
te hubieras recreado viéndolas
aprender tan rápido y manejarse
felices con aquellos carros mágicos
que les llevaban por el cielo. No
paran de ir de un sitio a otro, frenar
de repente, subir las cuestas y
bajar a toda velocidad. Ayer, cuando
cruzaba el patio, ví a Bona con una
pañoleta muy vistosa al cuello que
se estaba maquillando la cara.
(1) Gbeñon: la vida es bella, en lengua“fon”, del Benin. |